A mí ritmo
-dímelo
rápidamente-
coloco un
ornamento de acero
y el barro de
los despechos
salta por los
aires.
No
necesitamos demasiados lamentos
para comprender
que la trivialidad
reina en la
palma de nuestras manos.
No hace falta
detenimientos
o
fingimientos manoseados
en absenta o
en colapsos noctívagos
para
percatarnos de que el fin
sólo es el
principio de un mañana
sin
estornudos casuales.
A mi ritmo
califico intrigas
de sonámbulos;
así es que creo
en la levitación de los ideales
sobre un mar
de deyecciones.
A mi ritmo
también advierto
el estruendo
caduco
de los poemas
sucumbidos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario