La comedia vino a mí
desde el añejo tímpano
de un ocaso sin molestias
de carácter sexual.
Triste fue asignarle al
mundo
brisas de nácar y emblemas
de puro presentimiento;
triste fue escuchar lo de
siempre
(“bla, bla, bla…”),
como agua que no mueve
molino.
La comedia en cada amonestación,
en tu aislamiento
matutino,
en el giro y en el alarido
que nunca escuché
a causa de las sospechas.
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