Pudiera ser una nueva resolución
de un
sábado negro
con
fisuras de consentimientos
partidos
en dos.
Pero
la imaginación
casi nunca
entiende de homenajes
ni de
rutinas basadas en el aire
que no
se puede tocar –o retocar-.
Pudiera
ser una latitud de demencias
colapsadas
por la realidad de un mañana
que
nada tiene que ver con la guerra
de
unos sentidos venidos a menos
a
causa del deterioro interior.
Pero
la imaginación, esa que late y suda,
no entiende
de ideas aniquiladas por la razón,
no
comprende por qué el grito avanza silencioso
cuando
la rebeldía rompe barrotes e infamias.
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