Un escenario
de maquetas fosforescentes
gira en
el interior del hombre pertinente.
Látigos,
vértices y sociedades recónditas
habitan
en la espina dorsal
del
niño que fue hombre y que al final
decidió
volver al inicio
de
todo lo vivido.
No hay
muerte sin existencia,
no ponemos
las cartas sobre la mesa
para
igualar la partida…
Sólo
es que difundir la victoria
es cosa
denigrante cuando el fin
justifica
los medios,
o
cuando el terciopelo es violentado
por el
mordisco voraz de la serpiente.
Lentamente
caminamos entre luminosidades
sin ser
conscientes de que la oscuridad
es el
amuleto de los hipócritas.
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