Fuego y sed
que aparcamos
en los muros
de una
ciudad civilizada
a base de regüeldos.
Comer mensajes
abstractos,
sostener en
las manos una llama de agua,
paladear el
valor de sentirse ojo que no crispa,
renegar de
la majestuosidad de un día
compuesto por alfileres y dobleces.
Fuego y sed
y cálculos
de infierno a las puertas.
No hay
clemencia para los hombres
que negaron
su existencia
utilizando súplicas
ennegrecidas.

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