Permíteme
no perder de vista tu faz
y
enseguida pereceré a consecuencia del témpano.
Lentamente,
como siempre, consiénteme
sustentar
lo indolente y desplazarlo hacia la vida
que
las manos fuliginosas no nos dejaron vivir.
Apruébame
el poder agonizar y revivir con vigor
de
espectro inexperto, déjame el ambiente
del
pecado ensangrentado en la frente
y
me batiré en duelo con los demonios
que
desvalijaron y violaron la inadaptación
de
tus elegantes manos.
Deséame
suerte y permite que el monstruoso
homicidio
de la conciencia sea un exquisito legado
que
subsistirá por los siglos de los siglos.
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