ABRO la boca y la sangre brota
(nadie dice nada
porque nadie desea auscultar
mis palabras mortecinas).
Arranco de mi piel lo cotidiano
con severos hachazos de hipocondría;
cruzo el día con ideas nocturnas,
mastico frustraciones
de hambre tercermundista,
retrato el acto de ser otra persona
y deletreo las letras menospreciantes
de un mundo mucho peor.
Al fin soy consciente de que vivimos
cercados por un duro alambre de espino:
ese mismo alambre que ayer
nos concedía magnas libertades.
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