Un don
que no me niega nada.
El don de poder prometer la palabra libre
y el aromático universo giratorio
al hombre exento de ignominia.
Un don
con alas de gran pájaro
que atraviesa las cabezas ordinarias
y los corazones que se visten de escarlata.
Un don
que simplifica mi temor, desde luego...
Un don que justifica alegrías,
el entusiasmo visible, el olor a recién nacido
y el deseo de poder soñar
con los ángeles de la melancolía.
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