En
el Cielo no hay humoristas
y
en la Tierra sobran sonrisas embusteras.
Apuesto
mi ojo de cristal
y
pierdo la virginidad de mi ceguera.
Rotos
están los días y las noches
por
las manos cristalinas del cierzo;
roto
está –convenientemente
mi
sombrero gris,
mi
número 7
y
mi número 9.
En
el Cielo no hay pezuñas
aunque
en la Tierra el terreno actual
sea
lastimosamente escarpado.
Apuesto
mi malestar o mi felicidad
a
la penúltima carta
que
dormita plácidamente
en
la baraja del Caos.
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