He jugado todo “mi poder”
a una sola carta.
La suerte es esquiva
si vaticinas grandes victorias,
los gatos se lucran de linaje
cuando los miras fijamente
a los ojos.
Un trío de ases
o una copa de whisky a tiempo
siempre me han ayudado
a decir la verdad
y a asumir la pérdida
y la culpa.
Pero jugar al póker con gatos
(seres nocturnos que farfullan
amaneceres simulados)
casi siempre me ha supuesto
la ruina total.
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