Adicto, como cualquiera que lo desease,
al sin sentido del sólido grupo de vislumbres,
adicto, si quieres que te lo sujete
con grilletes a la memoria,
al circuito que certificó el cuenco cristalino
de la aparición del mes de mayo.
Adicto, diciéndolo de manera nefasta,
al niño que fui noche tras noche, día tras día,
dentro y fuera de los límites del bien y el mal.
Los cruces de caminos son como siluetas de mirra
cuando soy adicto y los hijos de mis anteriores
hijos
despedazan con sus apéndices de sábanas blancas
al fiero enemigo, al dios embrujo,
a la luna
enrojecida.
Soy adicto y mi adicción solamente es un paso
desde este lugar hasta todos los otros que ya no
asimilo.
Soy adicto de tu adicción, adicto a la brocha
gris,
a la estupidez de tu boca-muerte;
soy adicto a todos los aromas de tu falsa
exquisitez,
adicto a los fluidos que te convierten en nulidad,
en oro, en ira, en mentira, en obviedad.
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