Me tatuaré la inutilidad
del ser humano
en la nalga derecha
y berrearé como las
serpientes
en época de cielo
abierto.
Cuando los arcángeles nos
asesinen
con sus asombrosas
esencias
tendremos la certeza de
que somos
barro cubierto por el
terror,
por lo efímero de ser el
“no-ser”.
Ciertamente los ruidos
son lo que son:
una especie de acróbata
borracho
situado en el circo del
aire, del gesto;
una barra de hierro con
cables de oro,
un sosegado éter con
litros
de vehemencia, de plumas
blanquinegras.
Los arcángeles (Maestros
de la Virtud)
nos exterminarán con
desprecio
y consternación…
Desearemos no haber
nacido…
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